Resumen:
Buena parte, la mejor, acaso, de mi infancia dorada, se la comió el tiempo mientras habitaba yo en un ruinoso caserón porteño de esos que virtualmente ha desplazado ya la construcción moderna de hormigón o de cemento armado. Por las grandes chozas, constantemente abiertas, se metía en vaharadas el olor sabroso del cacao "Guayaquil", que se secaba al sol en las aceras...