Resumen:
Costumbre muy autorizada es la de principiar los discursos sagrados con un texto de las Divinas Escrituras, en el que se halle como compendiado todo cuanto pretende exponer el orador á la consideración de sus oyentes. Fiel yo á esta práctica, me puse á pensar sobre el texto sagrado, con que debía comenzar este discurso, y os confiesoque, sin estudio ni esfuerzo alguno, antes de una manera fácil, obvia y espontánea, se ofreció á mi memoria la sentencia de nuestro adorable Redentor que acabáis de oírme repetir: El humilde será ensalzado, Qui se humiliat, exaltabitur; y, aun cuando hubiera querido elegir otro texto, no habría podido, atendidas las circunstancias que han motivado
este solemne oficio fúnebre.